lunes, 29 de julio de 2013

El Jesús mito

No hay método más exquisito y definitivo para atacar a un personaje histórico que negar su existencia. Más aún si se trata del fundador de una gran religión. El anular su existencia implicará también cortar de raíz su sustento ideológico básico. Es posible, sin embargo, la supervivencia de una religión con semejante amputación si su plan ideológico no está sustentado por la existencia de su fundador, y sus ideas, sea cual sea su origen, pueden existir como un ente autónomo. 

Pero esto no sucede con Jesucristo. La fe cristiana está radicalmente sustentada por la historicidad de su fundador, ya que, si no existió, no hubo sacrificio expiatorio en la cruz, ni tampoco hubo resurrección si no murió. El apóstol Pablo patentiza esta situación al decir:
“Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también nuestra fe”. I Corintios 15:14
Queda claro que una muy buena estrategia para atacar al cristianismo consiste en hacer de Jesús un mito. Dicho mito, según algunos, es una invención del apóstol Pablo y de sus seguidores, fabricada deliberadamente para ser un vehículo de su particular doctrina. Esta tesis sostenida por varios iluminados eruditos históricos plantea las preguntas siguientes: 

¿Existe fundamento sostenible para negar la historicidad de Jesús? 

Y si no es así 

¿Cuál es el móvil de esta tesis? 

¿Será malicia o ignorancia? 

La pregunta no es tendenciosa, pues existe en nuestra actual sociedad una real hostilidad a Jesucristo, incluso con más intensidad en el occidente llamado cristiano. 

Esta afirmación puede ser comprobada en Internet por el lector mediante un experimento muy simple. Usando el buscador Google introduzca la frase “existió Jesús” sin obviar las comillas para que toda la frase sea buscada, y cuente cuantos enlaces aparecen. Como Jesucristo puede ser nombrado de 3 maneras: 

Jesucristo, Jesús y Cristo, pruebe con las tres. Haga lo mismo con otros fundadores de grandes religiones y luego compare los resultados. 

Los resultados corresponden al día 8 de Marzo de 2006: 


Pregunta en español: “existió xxx?” 

Jesucristo
1,069
Mahoma
7
Buda
13
Moisés
65
Confucio
0


Pregunta en ingles: “did xxx exist?” 

Jesús Christ
41,108
Mohammed
26
Budda
0
Moses
131
Confucius
7


Como se observará, con abrumadora diferencia, el personaje más cuestionado es Jesucristo. 

¿Por qué? 

Para empezar, es el único personaje del grupo que afirmo ser Dios y tener por tanto una incuestionable autoridad. No dejo lugar para los relativismos que un líder religioso humano permitiría. 

Él afirmó: 

“Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí.” Juan 14:6

Este absolutismo sobre la naturaleza de su ser y mensaje es la principal causa de irritación. Ya la causó en los religiosos judíos de su época al punto de calificarlo de blasfemo por su presunción de ser Dios encarnado y por ello, entregarlo a las autoridades romanas para crucificarle. El mismo odio violento que engendro entonces sigue vivo incluso en nuestra “cristiana” sociedad occidental. 

Por esta razón, sea por pura malicia o irreflexiva ignorancia, se le ataca con el mejor argumento posible para anularle: negar su existencia. 

¿Pero tienen fundamento estas acusaciones sobre la historicidad de Jesús? 

Se ha dicho que existen muy pocos testimonios históricos sobre Jesucristo del siglo I, que incluso, los existentes, son poco fiables y hasta se han esgrimido sobre los mismos las más imaginativas artimañas para desprestigiarlas y discutir su veracidad. Se pretende con estas argumentaciones, de un modo bastante explícito, descalificar el testimonio histórico de Jesucristo como medio para derrumbar el edificio ideológico de la cristiandad. 

Se objeta comúnmente que un acontecimiento de la importancia del ministerio de Jesucristo en Judea debería haber provocado ríos de tinta y estar profusamente registrado en la literatura de la época. Hoy en día habría sido así. Existirían referencias al hecho en innumerables libros, revistas y periódicos. Pero a este argumento cabe decir que en el siglo primero no existían periódicos ni revistas y los libros eran elaborados por copistas no por imprentas. Es por ello que la producción literaria, comercial, legal, política e histórica era bastante inferior a la actual. Dicha escasa producción, la corta durabilidad de los materiales con los cuales se  elaboraban los escritos y los siglos que nos separan, explican el hecho reconocido por los historiadores de que tenemos hoy en día poca documentación del propio siglo primero, no sólo de Jesucristo sino también de cualquier otro personaje de la época. Por otra parte, el impacto de la predicación de Jesús en Judea y su ejecución no fueron entonces una gran noticia de relevancia imperial. Para Roma, Jesucristo fue un agitador más como lo fue Teudas o Judas el galileo en aquella época.  Fueron los efectos de su ministerio los que fueron creciendo con el tiempo y llegaron a impactar al imperio hasta el punto de pasar a reflejarse en los textos de fines del siglo I y principios del segundo. No se considerarán, claro está, los textos bíblicos y extra bíblicos de los cristianos ya que serían considerados por los defensores del Jesús mito como inventados y tendenciosos. Baste decir también, que incluso los mismos no fueron escritos con inmediatez al ministerio de Jesús, sino con posterioridad, algunos antes de la toma de Jerusalén en el año 70 y otros posteriores a dicho año. No nos debe extrañar por tanto, que sus detractores también hayan tardado en reflejarlo en sus escritos. 

No obstante, sabemos que los romanos registraban en actas los procesos legales contra los inculpados. ¿Por qué entonces no encontramos ninguna acta sobre el proceso seguido a Jesús por parte de Poncio Pilato?

Realmente si lo hubo, aunque no se han conservado hasta el presente tanto ésta como muchas otras. Sin embargo, tenemos como evidencia a su existencia las referencias a estas actas  aportadas por dos personajes que vivieron en una época cuando las mismas aún existían. Nos referimos a Justino y Tácito.

Justino escribió una obra llamada “Apología” dirigida al emperador Antonio Pío alrededor del año 150 en la cual daba por seguro que existían, aún en su época, unas actas de Poncio Pilato referidas al proceso seguido a Jesús en los archivos imperiales. En dicha obra dice:
"Lo de que taladraron mis manos y mis pies” significa los clavos que traspasaron en la cruz pies y manos. Y después de crucificarle, los que le crucificaron echaron suertes sobre sus vestiduras y se las repartieron entre sí. Podéis comprobarlo por las actas redactadas en tiempo de Poncio Pilato". Apología. 35,7-9.
En otra parte de la misma obra afirma:
"Y todo esto lo hizo Cristo, podéis comprobarlo por las actas redactadas en tiempo de Poncio Pilato" Apología. 48,3.
Es evidente que Justino no podría haber retado a la comprobación de sus afirmaciones sobre Jesucristo a través de las actas de Poncio Pilato, si en efecto estas no hubiesen existido en su época. 

Por otra parte, Tácito, un escritor pagano, si bien no lo señala específicamente, tal como se desprende de su mención a Pilato, consulto dichas actas a fin de documentar una referencia a la inculpación que el emperador Nerón cargo sobre los cristianos como los causantes del incendio de Roma en el año 64.

En sus “Anales” escritos en el año 117 refleja estos hechos:
“Sin embargo, ni por industria humana, ni por larguezas del emperador, ni por sacrificios a los dioses, se lograba alejar la mala fama de que el incendio había sido mandado. Así pues, con el fin de extirpar el rumor, Nerón se inventó unos culpables, y ejecutó con refinadísimos tormentos a los que, aborrecidos por sus infamias, llamaba el vulgo cristianos. El autor de este nombre, Cristo, fue mandado ejecutar con el último suplicio por el procurador Poncio Pilato durante el Imperio de Tiberio y reprimida, por de pronto, la perniciosa superstición, irrumpió de nuevo no sólo por Judea, origen de este mal, sino por la urbe misma, a donde confluye y se celebra cuanto de atroz y vergonzoso hay por dondequiera. Así pues, se empezó por detener a los que confesaban su fe; luego por las indicaciones que éstos dieron, toda una ingente muchedumbre (multitudo ingens) quedaron convictos, no tanto del crimen de incendio, cuanto de odio al género humano. Su ejecución fue acompañada de escarnios, y así unos, cubiertos de pieles de animales, eran desgarrados por los dientes de los perros; otros, clavados en cruces eran quemados al caer el día a guisa de luminarias nocturnas. Para este espectáculo, Nerón había cedido sus propios jardines y celebró unos juegos en el circo, mezclado en atuendo de auriga entre la plebe o guiando él mismo su coche. De ahí que, aún castigando a culpables y merecedores de los últimos suplicios, se les tenía lástima, pues se tenía la impresión de que no se los eliminaba por motivo de pública utilidad, sino para satisfacer la crueldad de uno solo”. Anales XV, 44 Actas de los Mártires, Edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC (Madrid; 1974) p. 223.
Otro testimonio crucial lo aporta Plinio el Joven sobrino de Plinio el Viejo conocido por su obra “Historia Natural” y su descripción de la erupción del Vesubio en el año 79. Contemporáneo de Tácito y Seutonio fue conocido como “el hombre de las cartas”. Se conservan en la actualidad 10 libros sobre las mismas. En el libro décimo se encuentra una correspondencia entre él y el emperador Trajano (98-117) referida a la época cuando era Delegado Imperial en Bitinia en el nordeste de la actual Turquía en el año 111. En dichas cartas consulta al emperador sobre lo que había que hacer con los cristianos que ya entonces empezaban a aumentar en número e influencia. En la misma dice lo siguiente:
“Señor, me hago una obligación de exponerte todas mis dudas. En efecto, quién mejor que tú podrá disipar mis dudas y aclarar mi ignorancia. Yo no había jamás asistido a la instrucción o a un juicio contra los cristianos, por tanto no sé en qué consiste la información que se debe hacer en contra de ellos, ni sobre qué base condenarlos, como tampoco sé de las diversas penas a las cuales se les debe someter. Mi indecisión parte de una serie de puntos que no sé cómo resolver. ¿Debo tener en cuenta la diferencia de edades entre ellos o, sin distinguir entre jóvenes y viejos, los debo castigar a todos con la misma pena? ¿Debo conceder el perdón a aquellos que se arrepienten? Y, en aquellos que fueron cristianos, ¿subsiste el crimen una vez que dejaron de serlo? ¿Es el mismo nombre de cristianos, independiente de todo otro crimen, lo que debe ser castigado, o los crímenes relacionados con ese nombre?.
Te expongo la actitud que he tenido frente a los cristianos presentados ante mi tribunal. En el interrogatorio les he preguntado si son cristianos, luego durante el interrogatorio, a los que han dicho que sí, les he repetido la pregunta una segunda y tercera vez, y los he amenazado con el suplicio: si hay quienes persisten en su afirmación yo los hago matar. En mi criterio consideré necesario castigar a los que no abjuraron en forma obstinada. A los que entre estos eran ciudadanos romanos, los puse aparte para enviarlos frente al pretor de Roma. A medida que ha avanzado la investigación se han ido presentando casos diferentes. Me llegó una acusación anónima que contenía una larga lista de personas acusadas de ser cristianos. Unas me lo negaron formalmente diciendo que no lo eran más y otras me dijeron que no lo habían sido nunca. Por orden mía delante del tribunal ellos han invocado a los dioses, quemado los inciensos, ofrecido las libaciones delante de sus estatuas y delante de la tuya que yo había hecho traer, finalmente ellos han maldecido al Cristo, todas cosas que jamás un verdadero cristiano aceptaría hacer. Otros, después de haberse declarado cristianos, aceptaron retractarse diciendo que lo habían sido precedentemente pero que habían dejado de serlo; algunos de éstos habían sido cristianos hasta hace tres años, otros lo habían dejado hace un período más largo, y otros hasta hace más de veinticinco años. Todos estos, igualmente, han adorado tu estatua y maldecido al Cristo. Han declarado que todo su error o su falta ha consistido en reunirse algunos días fijos antes de la salida del sol para cantar en comunidad los himnos en honor a Cristo que ellos reverencian como a un Dios. Ellos se unen por un sacramento y no por acción criminal alguna, sino que al contrario para no cometer fraudes, adulterios, para no faltar jamás a su palabra. Luego de esta primera ceremonia ellos se separan y se vuelven a unir para un ágape en común, el cual, verdaderamente, nada tiene de malo. Los que ante mí pasaron han insistido que ellos han abandonado todas esas prácticas. Luego de mi edicto que, según tus órdenes, prohibía las asambleas secretas, he creído necesario llevar adelante mis investigaciones y he hecho torturar dos esclavas, que ellos llaman "siervos", para arrancarles la verdad. Lo único que he podido constatar es que tienen una superstición excesiva y miserable. Así, suspendiendo todo interrogatorio, recurro a tu sabiduría. La situación me ha parecido digna de un examen profundo, máxime teniendo en cuenta los nombres de los inculpados. Son una multitud de personas de todas las edades, de todos los sexos, de todas las condiciones. Esta superstición no ha infectado sólo las ciudades, sino que también los pueblos y los campos. Yo creo que será posible frenarla y reprimirla. Ya hay un hecho que es claro, y este es que la muchedumbre comienza a volver a nuestros templos que antes estaban casi desiertos; los sacrificios solemnes, por largo tiempo interrumpidos, han retomado su curso. Creo que dentro de poco será fácil enmendar a la multitud”. Epístolas. X, 96: (h. 112 d.C.)

Es de destacar que este testimonio no solo establece la existencia histórica y posterior influencia de Cristo en los seguidores de su época, sino que incluso, constituye el primer testimonio de un escritor pagano de que Cristo era adorado como Dios.

Otro de los testimonios procede de Luciano de Somósata. En su obra De morte Peregrini escrita en la segunda mitad del siglo II dijo:
"Después, por cierto, de aquel hombre a quien siguen adorando, que fue crucificado en Palestina por haber introducido esta nueva religión en la vida de los hombres... además su primer legislador les convenció de que todos eran hermanos y así, tan pronto como incurren en este delito, reniegan de los dioses griegos y en cambio adoran a aquel sofista crucificado y viven de acuerdo a sus preceptos". 
Es interesante que también en este testimonio no solo se deja constancia de los hechos históricos de Jesucristo sino que también se afirma nuevamente que era adorado, y por tanto, considerado Dios. 

Por último, para terminar con los testimonios de los escritores paganos queda el del filosofo sirio Mara bar Serapión. El mismo escribe en el siglo segundo una carta a su hijo en la cual reflexiona sobre lo poco que los pueblos obtienen de matar a sus sabios:
“¿Qué ganaron los atenienses haciendo morir a Sócrates? Como juicio por este crimen, cayeron sobre ellos el hambre y las plagas. ¿Qué ventaja obtuvieron los Samios quemando a Pitágoras? En un momento sus tierras fueron cubiertas por la arena. ¿qué provecho obtuvieron... los hebreos ejecutando a su sabio rey..? Fue después de ello cuando su reino fue abolido. Dios vengó con justicia a estos tres sabios .... los Judíos, en la ruina y expulsados de su tierra, viven en completa dispersión. Pero (aquellos sabios) no murieron baldíamente... Tampoco la muerte del sabio rey fue inútil: vive en las enseñanzas que dejó...” 
Hemos visto los testimonios de personajes procedentes del paganismo. Ahora veremos los testimonios de personajes judíos.

El más importante de ellos es sin duda el historiador Flavio Josefo (37-94). En su libro “Antigüedades de los judíos” hace una famosa reseña sobre Jesucristo conocida como el “Testimonio Flaviano”. En ella narra los problemas surgidos en Judea durante el gobierno de Poncio Pilato (del año 26 al 36). Uno de ellos tiene por protagonista a Cristo:
"En aquel tiempo vivió Jesús, un hombre de gran valor (si es que se le puede llamar hombre, ya que él era) un ejecutor de obras maravillosas, (un maestro de los hombres que reciben la verdad con alegría). El ganó para su causa a muchos judíos y muchos paganos. El era (o parecía ser) el Mesías. Y cuando Pilato, en base a una acusación hecha contra él por nuestros más eminentes hombres, lo condenó a morir en la cruz, aquellos que lo habían seguido antes no se separaron por esto de él (ya que él se apareció de nuevo al tercer día, como los santos profetas lo habían predicho de él, estas y otras mil cosas maravillosas). Aun hoy, la gente de los cristianos que toma su nombre de él, no ha dejado de existir".
Este texto ha sido ampliamente discutido por distanciarse del estilo y el previsible pensamiento del autor lo que hace que sea poco verosímil tal como está mostrado anteriormente. Se cree que en este pasaje se han introducido interpolaciones (mostradas entre paréntesis) procedentes de un copista cristiano probablemente en la segunda mitad del siglo tercero. Bajo esta consideración el texto original seria el siguiente:
"Por aquella época apareció Jesús. Atrajo a si muchos judíos y también a muchos gentiles. Habiendo sido denunciado por los primados del pueblo, Pilato lo condenó al suplicio de la cruz; pero los que antes le habían amado le permanecieron fieles en el amor. De él tomaron su nombre los cristianos, cuya tribu perdura hasta el día de hoy”. 
Ya a fines del siglo tercero y principios del cuarto Eusebio de Cesarea (260-340) conoció el texto de Josefo con dichas interpolaciones. En su Historia Eclesiástica cita a Josefo del siguiente modo:
«Por aquel tiempo vivió Jesús, hombre sabio, si se puede llamarle hombre. Pues era hacedor de extraordinarias obras y maestro de los hombres, que recibían la verdad de buen grado, y se atrajo tanto a judíos como a griegos. Este era el propio Cristo, pero fue condenado a la cruz por Pilato inducido por nuestros primeros padres, aunque los que primero le habían amado no desistieron y al tercer día se les apareció de nuevo vivo. Todo esto e innumerables portentos más ya los habían relatado los profetas de Dios. Además la tribu de cristianos, que tomó el nombre de él, aún no ha desaparecido hasta nuestros días». Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, Libro I (Siglo IV)
Sin embargo, se afirma que es poco probable que Josefo haya declarado enfáticamente que Jesús era el Cristo ya que Origenes, un escritor cristiano de la primera mitad del siglo tercero, conoció los pasajes de Josefo que hacen referencia a Juan el bautista, Santiago y Jesús y, no obstante, afirmó que Josefo “no creía en Jesús como el Cristo”. Por otra parte Josefo creía que Vespasiano sería el Mesías y predijo su destino como emperador en el año 67. El cumplimiento de esta profecía en el año 69 lo colocó en el favor del nuevo emperador, se le otorgó una pensión, la ciudadanía romana, una esposa, un terreno en Judea y una casa en Roma que había sido residencia del propio Vespasiano. Con tales dones, es poco probable que haya sido tan licencioso con Jesús como para reconocerlo como Mesías.

Por estas razones se considera que las interpolaciones introducidas por un copista cristiano, probablemente como notas marginales son las siguientes:

"Si es que hombre hay que llamarlo”.
"Este era el Cristo”.
"Pues al cabo de tres días nuevamente se les apareció vivo. Los profetas de Dios tenían dichas estas cosas y otras incontables maravillas acerca de él".

No obstante, a las objeciones presentadas a estos textos como espurios, hay que señalar que Josefo escribe sus Antigüedades de los Judíos en el año 93, es decir, 14 años después de la muerte de Vespasiano (79), de los terribles acontecimientos de la toma de Jerusalén en el año 70 y de la subsiguiente dispersión del pueblo judío. Resulta del todo difícil de creer que Josefo siga pensando en Vespasiano como Mesías. Aunque si es razonable creer que no haya afirmado enfáticamente que Jesús es el Cristo, es muy posible que el curso de los acontecimientos vividos hayan cambiado su forma de pensar y, por tanto, admitido dicha posibilidad.

Esta última aseveración encuentra confirmación en el descubrimiento realizado en el año 1972 por dos profesores de la Universidad Hebrea S. Pines y D. Flusser. Ambos encontraron un manuscrito árabe del siglo X que contenía una versión del texto de Flavio Josefo que al parecer es la autentica. El texto es el siguiente:
"Por aquel entonces hubo un hombre sabio que era llamado Jesús. Y su conducta era buena y se sabía que era virtuoso. Y mucha gente de los judíos y las otras nacionalidades se convirtieron en discípulos suyos. Pilato lo condenó a ser crucificado y muerto. Y aquellos que habían llegado a ser sus discípulos no abandonaron esta condición. Ellos informaron que él se les había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo, así que tal vez era el Mesías sobre el cual los profetas han predicho maravillas".
Es muy interesante que este texto, si bien, como es de esperarse por lo dicho anteriormente, no reconoce a Jesús como el Mesías, si plantea su posibilidad al decir “tal vez era el Mesías". Además incorpora el tercer texto considerado interpolación al decir “Ellos informaron que él se les había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo, así que tal vez era el Mesías sobre el cual los profetas han predicho maravillas".

Finalmente podemos decir de esta referencia de Josefo sobre Jesucristo, de uno u otro modo, establece sin lugar a dudas la existencia e influencia del Jesucristo en la época del gobierno de Poncio Pilato.

El segundo texto de Josefo que hace referencia a Cristo es aquel referido a un incidente acontecido en el año 62 o 63 en el que se afirma:
"...entre tanto subió al pontificado, según dijimos, Anás, el más joven, de índole feroz y extremadamente audaz...Dado su carácter, pensando que había llegado el momento oportuno...., convocó el consejo de jueces y, haciendo presentar a juicio a un pariente del que llamaban Cristo, por nombre Santiago, y algunos otros con él, habiéndolos acusado de reos violadores de la ley, los condenó a ser apedreados". Ant. Jud. XX, 9, 1
Se refiere a Santiago el hermano de Jesucristo. Este fue Obispo de Jerusalén y fue lanzado desde el pináculo del templo por la turba convocada por el sumo sacerdote Anas a fin de obligarlo a aconsejar al pueblo a rechazar el mensaje de Cristo. Como no murió después de su caída fue luego apedreado por la turba. Este es otro pasaje que señala la realidad histórica tanto de Jesús como de la muerte como mártir de su hermano.

Otra fuente de testimonio histórico sobre Jesucristo lo constituye el Talmud hebreo. El mismo es una recopilación de escritos legales y religiosos comprendidos entre el siglo segundo y quinto. En él aparecen varias referencias a Jesús de carácter calumnioso como la que afirma que Jesús y el emperador Tito están en el infierno quemándose en excrementos en ebullición. Veamos solo las más específicas de ellas:
"En la víspera de la fiesta de la pascua se colgó a Jesús. Cuarenta días antes, el heraldo había proclamado: `Es conducido fuera para ser lapidado, por haber practicado la magia y haber seducido a Israel y haberlo hecho apostatar. El que tenga algo que decir en su defensa, que venga y lo diga. Como nadie se presentó para defenderlo, se lo colgó la víspera de la fiesta de pascua" (Sanhedrin 43a) 
Como se observa, ésta es una versión alterada del evento histórico de la ejecución de Jesucristo a fin de adaptarla a la jurisprudencia judía. Se menciona que fue condenado a lapidación y luego habla de colgamiento. Esta aparente contradicción se resuelve al considerar que el lapidamiento era la sentencia aplicable a los casos hechicería y apostasía, algo sobre lo cual también se le acusó como vemos en este otro texto:
“Jesús practicó la brujería y la seducción y llevaba a Israel por el mal camino” Sanedrín 107b. Baraita. También Sotah 47b.
Por otra parte, si los lapidados sobrevivían se los colgaba para ultimar su muerte. Añade además un lapso de 40 días entre la acusación y la condena para estar acorde a los requerimientos jurídicos judíos que en realidad no se tomaron en cuenta. No menciona la crucifixión ya que no era un modo de ejecución que pudieran practicar salvo los romanos, que no son mencionados ni adjudicados como los responsables de su condena.

De todos modos, pese a las deformaciones de esta versión talmúdica de los hechos, establece la historicidad del acontecimiento e identifica con claridad a Jesús en el mismo.

Otro testimonio más lo proporciona Trifón un apologista judío que ataco al cristianismo en el siglo segundo acusándole de tergiversar el antiguo testamento y producir una religión falsa. Sobre Jesús escribió lo siguiente:
"Jesús, el galileo, suscitó una secta impía y enemiga de la ley. Nosotros lo crucificamos. Sus discípulos robaron su cadáver del sepulcro durante la noche. y engañan y seducen a los hombres diciendo que resucitó y subió a los cielos". (Trifón, Diálogo de Justino, siglo II).
Por último, en el año 1961 apareció en el teatro de la capital de Judea, Caesarea Marítima o Palaestina, una inscripción de caliza que recuerda la dedicación de la restauración del Tiberieum por el gobernador o prefecto de Judea Poncio Pilato. Este hallazgo sirvió para corroborar su existencia histórica y su condición de gobernador en ese momento. Algo que contribuye de modo indirecto pero sustancial a verificar la historicidad del propio Jesucristo.



La inscripción tiene el siguiente texto:

]S TIBERIEUM
PON]TIUS PILATUS
PRAEF]ECTUS IUDA[EA]E

Traducido se alcanza a leer:

  ....Tiberieum Poncio Pilato Prefecto de Judea.

Como es posible concluir por lo visto, la evidencia histórica es suficientemente sólida para relegar a los argumentos del Jesús mito al ámbito de una obcecación prejuiciosa carente de rigor y seriedad. F.F. Bruce uno de los mayores expertos sobre la historicidad de Jesús afirmó en su libro “Los documentos del nuevo testamento, ¿Son fiables?” lo siguiente:
“Algunos autores pueden jugar con la fantasía de un ‘mito de Cristo', pero no lo pueden hacer sobre la base de una evidencia histórica. Para un historiador imparcial, la historicidad de Cristo es tan axiomática como la historicidad de Julio César. Un verdadero historiador no puede defender la teoría del “mito de Cristo”. The New Testament Documents: Are They Reliable?, Inter-Varsity Press, 1972, p.119
Finalmente hay que destacar un hecho de poder irrebatible. No hay un solo texto histórico de la época o de siglos posteriores que afirme que Jesucristo nunca existió y fue inventado por sus seguidores. Algo que no hubieran dejado pasar de ningún modo los enemigos del cristianismo tanto romanos como judíos. Hubiera sido para ellos mucho más fácil que para los modernos defensores del Jesús mito negar su existencia basándose en evidencias más accesibles en el tiempo y el espacio, pero no es así. Nadie a podido encontrar texto alguno que niegue la existencia de Jesús.

En conclusión, los anteriores testimonios sobre la realidad histórica de Jesucristo son suficientemente contundentes como para eliminar las reticencias surgidas de la ignorancia, más no de la malicia, ya que, como dice el adagio: 
"No hay peor ciego que el que no quiere ver."

No hay comentarios:

Publicar un comentario